El relato de Lucas nos relata que después de que el Señor compartió la parábola de los labradores asesinos, las autoridades judías deseaban arrestar a Jesús, pero no había llegado el tiempo debido a su enorme popularidad. De modo que se dedicaron a reunir nuevas evidencias contra él. A fin de hacer que perdiera el favor entre el pueblo o atrajera la sospecha de los romanos.
DAR A CESAR ES NEGARNOS A RECIBIR DE CESAR.
En la época de la dominación romana (6-41, 44-66 d.C.) las cargas fiscales permanecieron probablemente sin mayor variación; es decir, las de la provincia de Judea habrán ascendido a 600 talentos de plata. Tácito nos hace saber hasta qué punto las tributaciones resultaban onerosas: el año 17 d.C. las provincias de Siria y Judea pidieron una reducción de los tributos. La negativa a pagar los impuestos podía ser causa de la guerra.
El Señor responde solicitando, a los religiosos que le hacían la consulta, una moneda, y le entregaron un denario. El denario de plata, era la moneda oficial del imperio romano y poseía calidad de moneda internacional. Correspondía en valor al sueldo mínimo diario de un jornalero. Los judíos tenían un dicho que “en donde la moneda del rey esté, allí se reconoce su soberanía”. Esta moneda era evidencia del dominio romano sobre la tierra de Israel, y al usarlo los judíos reconocían sujeción al poder romano. Cuando recibió el “denario” preguntó: τίνος ἔχει εἰκόνα καὶ ἐπιγραφήν; (24 BYZ) “¿De quién tiene la imagen y inscripción?” La eikóna, “imagen”, probablemente era la del emperador romano, Tiberio César. Y la epigrafén, “inscripción”, era el dicho de la moneda, el título del emperador declarando su soberanía: “Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto, sumo sacerdote”. La imagen mostraba que no era una moneda judía, pues los judíos no ponían imágenes en sus monedas; pero sí ponían inscripciones en ellas.
En vista de esto, Jesús responde: Ἀπόδοτε τοίνυν τὰ Καίσαρος Καίσαρι, (25 BYZ) "Devolved al César lo que es del César,…". El verbo griego "apodídômi" ha sido mal traducido por "dar"; significa más bien "devolver, retornar o reintegrar". Esta imagen, con esa inscripción, no es de Dios ni de Israel que no tiene imágenes. Es símbolo del colonialismo romano y signo evidente de un emperador que, con su comportamiento -haciendo imprimir su imagen y llamándose Augusto (Excelso), título divino- mancha el país de Dios, viola su ley y usurpa su puesto. Con esta autoridad hay que romper. Hay que acabar, según Jesús, con ese estado de cosas, situación de verdadera opresión y dominación. Al pedirles que le mostraran un denario, los expuso como hipócritas, ya que ningún judío patriótico debiera estar llevando dicha moneda, porque portaba la imagen “idolátrica” del emperador y la inscripción con el título de “divino”. Le han preguntado insidiosamente por el problema de los tributos y Jesús resuelve prontamente e inesperadamente el problema. Si manejan moneda que pertenece al césar, habrán de someterse a las consecuencias que ello implica. Odiaban a los romanos y, por supuesto que con razón, deseaban con todas sus fuerzas que se marcharan de su país, pero... al dinero no le habían hecho ascos. Rechazan al César en lo que les conviene, pero se someten libremente a su sistema cuando éste los beneficia. Y a esta actitud se refiere la respuesta de Jesús: "Pues lo que es del César devolvédselo al César". En simples palabras: Rompan de verdad con el sistema opresor del Imperio, pero del todo; rechacen su dominio sobre ustedes y sobre nuestro pueblo, pero no se sometan gustosos a la esclavitud de su dinero, no dejen que su propia ambición anule sus principios.
Los seguidores del Señor Jesucristo tenemos la obligación moral de no aceptar que un sistema político, social y religioso corrupto, opresor, autoritario y materialista nos domine o influya negativamente sobre nuestras vidas de creyentes. Hemos sido liberados por Jesucristo para constituirnos en su pueblo, una sociedad alternativa que se expresa y vive en contra cultura. No podemos juzgar las tendencias y acciones de la sociedad en la que estamos insertos y luego callar descaradamente cuando sacamos beneficios de ella.
Pero Jesús introduce una idea nueva que no aparecía en la pregunta de los adversarios, no solo devuelvan a cesar lo que le pertenece sino sobre todo: καὶ τὰ τοῦ θεοῦ τῷ θεῷ. (25 BYZ)…a Dios lo que es de Dios. (25 BNP) De forma inesperada, introduce a Dios en el planteamiento. La imagen de la moneda pertenece al césar, pero los hombres no han de olvidar que llevan en sí mismos la imagen de Dios y, por lo tanto, sólo le pertenecen a Él. Es entonces cuando podemos captar el pensamiento de Jesús. «Devuelvan al césar lo que le pertenece a él, pero sobre todo, no olviden que ustedes mismos le pertenecen a Dios».
Para Jesús, no se trata solo del cumplimiento de deberes religiosos, en el sentido tradicional de la expresión. Aquí se trata de devolver a Dios algo que le habían robado: el pueblo, su pueblo. Recordemos de nuevo la parábola de los viñadores perversos. Aquellos labradores decidieron matar a los criados y al hijo del dueño para quedarse con la viña (el pueblo de Dios). Al final de la parábola, el evangelista hace este comentario: "Al oír sus parábolas, los sumos sacerdotes y los fariseos se dieron cuenta de que se referían a ellos". Ellos, que acusaban a los romanos de ser unos opresores, inmorales y sádicos, también explotaban al pueblo, y además lo hacían en nombre de Dios, usurpando el lugar de Dios. Dios está por encima de cualquier césar y de cualquier dirigencia religiosa. Estos no pueden nunca exigir lo que pertenece a Dios.
Hay que devolver también a Dios lo que es de Dios. La viña de Israel -propiedad exclusiva de Dios- estaba en manos de los jefes religiosos que defendían de palabra al pueblo, pero de hecho se aprovechaban de él, colaborando con la potencia ocupante o, al menos, no rebelándose abiertamente contra ella. Aceptando a Jesús, verdadero liberador, Dios será de nuevo rey de su pueblo y se acabará la opresión de cualquier tipo: religiosa, social o política. La única autoridad que Jesús acepta es la de Dios y la de quien, como Dios, vela y cuida a su pueblo. Ni la del César ni la de los fariseos y herodianos entra dentro de esta categoría.
Los seguidores del Señor Jesucristo hemos de cumplir con honradez nuestros deberes ciudadanos, pero no hemos de dejarnos modelar ni dirigir por ningún poder que nos enfrente con las exigencias fundamentales de la fe. Hemos entendido que como imagen y semejanza de Dios, le pertenecemos total y absolutamente. No existe ningún área de nuestras vidas que no esté bajo el soberano señorío de Cristo. El es nuestra prioridad, nuestra pasión, nuestra real vocación y la razón real de todos nuestros esfuerzos y anhelos.
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